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Era María, la Madre de Jesús. Amable en extremo, se da traza para remediar aque– lla necesidad. Ella pone toda su esperanza en su Hijo. Es verdad que Jesús se encuentra trasfonnado. Ya no es el carpintero de Nazaret sino un rabí con algunos discípulos; pero aun así no dejará de acceder a sus ruegos de Madre. Sin que nadie lo advirtiera se acerca a El y con voz in– sinuante le dice: -·- iNo tienen vino! Estas palabras no entrañan en sí más que la exposi– ción de una necesidad apremiante; aunque en el tono, en la expresión de la Virgen saltaba a la vista que eran una súplica amorosa. Jesús escucha las palabras de su Madre; 1nas para darle a entender que ha emprendido una vida nueva, muy distinta de la que llevaba en Nazaret cuando la obedecía en todo, y que debe someterse a la voluntad del Pad,re celestial, le replica: - - Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti en estas cosas? Aún no ha llegado mi hora. A pesar de esta aparente negativa, María compren– dió que Jesús quería complacerla. Se dio cuenta de ello por el gesto de su Hijo; acaso también por alguna pala– bra que calla el Evangelista. Así esperando, por la bon– dad de Jesús, el prodigio solicitado, Lrradiando simpatía y ternura, se fue hacia donde estaban los sirvientes, y secretamente les dijo: - Baeed cuanto Jesús os diga. Ellos no se hicieron esperar, porque las jarras del v1- no estaban vacías y los convidados seguían pidiendo vino para regocijarse con los esposos. Había allí seis ánforas de piedra cubie.rtas de follaje según el uso oriental, para que se conservase fresca el agua. En cada una de ellas cabían dos o tres cántaros de agua, la que se echaba allí para purificaciones previas del banquete. Con aquel agua se lavaban los pies, a fin de no ensuciar los alfombras y 68
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