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sús, la que unos días antes había llegado a Caná P8fª tomar parte en los preparativos del banquete nupcial y en el atavío de la novia. Fue igualmente invitado Jesús que acudió allí con sus cinco. primeros discípulos: Pedro, Juan, Andrés, Fe– lipe y Natanael. Humano y comprensivo, aceptó la invi– tación a la boda, sumándose a la procesión nupcial par– ticipando de este modo de las legítimas alegrías del vi– vir de los hombres. Terminada la procesión nupcial, bien entrada la no– che, comenzó el banquete. Lucían las lámparas; los pe– beteros exhalaban sus perfumes: los pétalos de rosa arro– j actos sobre las alfombras y triclinios daban también su olor. Se servían en fuentes de plata la carne humeante, el pescado del Jordán, y luego venían las frutas y con– fituras. Pero sobre todo se escanciaba y se bebía el vino de bodas. El vino era muy apreciado por los palestinenses; la misma Escritura dice que alegra los corazones; y sin abundancia de vino parecía no haber fiesta, según el di– cho del Talmud: «Donde no hay vino, no hay alegría». El maestresala o director del banquete iba de un lado pa– ra otro, dando órdenes y todo era bullir y rebullir de los comensales que comían. bebían y charlaban. Con la co– mida venían los cánticos y h,,s danzas. No se sabe por qué motivo, si por falta de previsión en los organizadores del banquete, o por las escasas posi– bilidades de los desposados y familiares, ello es que avan– zado el banquete, el vino llegó a faltar. Había peligro de que descubierta la falta, los comensales se rieran, a man– díbula batiente, de los imprevisores esposos. Y tras las risas vendrían las quejas y las protestas. Pero allí había un alma de honda penetración feme– nina, toda ternura y delicadeza, la que pronto se dio cuenta de aquel apuro, y a todo trance quiso evitar el sonrojo a los organizadores del banquete. 67
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