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FIESTA DE BODA Era el atardecer de un día primaveral. El sol había traspuesto el horizonte, y al menguar la luz solar, comen– zaban a brillar los primeros luceros. El ai,re perfumado y tibio de la tarde suscitaba leves susurros en las palme– ras. Las calles de Caná de Galilea, a la escasa claridad crepuscular, se veían animadas de gente. Se celebraba una boda. Por fin, vino la noche y a la luz de las lámparas y las estrellas, dio comienzo la procesión nupcial. La novia en– vuelta en sus largos velos blancos, como una nube flotan– te, adornada de sus más preciosas joyas, coronada de mir– to, salía ele su casa con su cortejo. Diez jóvenes amigas la acompañaban con sendas lámparas de barro en la ma– no. Detrás iba el novio luciendo su más rico atavío, ce– ñida la frente con hermoso turbante adornado de mirto / y rosas. En su compañia caminaban diez de sus íntimos amigos llevando en la diestra ramas de palmera. Entre tanto resonaban los cánticor, acompañados de pífanos y flautas. También se sumaban a la procesión otros grupos de parientes con antorchas encendidas, aclamando a los novios. Entre los invitados se hallaba María, la Madre de Je- 66

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