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Pero, al percibir las últimas palabras de su amigo, es victima de la mayor desilusión. Le ha nombrado a Naza– ret, y Nazaret no goza de buena fama en las poblaciones vecinas, sobre todo en Caná de donde es Natanael. No, el Mesías no puede salir de aquellos miserables tugurios, ni pertenecer a una de aquellas oscuras familias. Lo sabe él muy bien, por ser tan versado en el estudio de la Biblia. Así decepcionado, calmoso, aunque triste en su corazón. replica a Felipe con una fina sonrisa: -- ¿ne Nazaret puede salir alguna cosa buena? Para convencer a su amigo, Felipe no recurre a las palabras lanzándole un largo discurso en que podía poner– le de relieve los divinos encantos de Jesús. Le era fac– tible hablarle de su dulce majestad, del resplandor de su mirada, tle los matices de su voz que llegaba hasta el fondo del corazón. Mas le parece mejor echar mano de un argumento más fácil y más persuasivo. se resuelve a lle– varle a la presencia de Jesús, convencido de que si ve y escucha al Nazareno, le pasará lo que a él: se quedará prendado. de su divino hechizo. Por eso le dice: - Ven y lo verás. Como Andrés a su hermano Simón, así conduce Feli– pe a su amigo Natanael al Nazareno. Jesús clava en Na– tanael una de aquellas miradas que sólo El acierta a diri– gir y que penetran hasta los pliegues más recónditos del corazón, y con rostro amable en donde se refleja una sua– ve sonrisa de bondad y simpatía, al verle venir a su en– cuentro, le señala, diciendo: _:_ He aquí un verdadero israelita en el cual no hay engaño ni doblez. Natanael mira también a Jesús y al verle se siente ha– cia El dulcemente atraído. Sobre todo le extrañan sus pa– labras, en que muestra conocer su alma y su corazón. Aquel hombre es irresistible. Los prejuicios van cedien– do; pero aún desea algo más para entregarse por comple– to, y así le pregunta: 64

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