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do, no sé qué vio en él que despertó su afecto y quiso es– cogerlo para su compañia. Sin más le dirigió esta pala– bra que los rabís solían decir a los jóvenes que deseaban admitir en su escuela: - iSígueme! Debió de pronunciar Jesús esta palabra con tal ex– presión de voz que llegó hasta el alma de Felipe. Este sin vacilar le siguió dispuesto a ser uno de sus fieles discípulos. Sentía Felipe en la presencia de Jesús algo inexplica– ble. Era una paz, un reconfortamiento, un hondo reposo en su espíritu. como el fatigado viajero que llega a la ve– ra de una fresca fuente. Aquella dicha interior quiere co– municarla. El tiene un amigo llamado Natanael, hijo de Tolmai. A este amigo desea hacer participante de todas sus hondas alegrías. Corre en su busca a darle la nueva del feliz encuentro con 1 Jesús de Nazaret, al que él ya re– conoce por verdadero Mesías. Se hallaba Natanael sentado a la sombra de la cor– ptüenta higuera que, según vieja costumbre de Palesti– na, había a la puerta de su casa. Allí se pasaba horas tranquilas y serenas meditanto y leyendo las Sagradas Es.. c 1 rituras. En aquel retiro conservaba a la sazón su mente absorta en las promesas que Dios había hecho al pueblo de Israel de enviarles un Mesías que trajera la libertad y la salud a todos los buenos israelitas. De repente oye la voz de su amigo Felipe que llega corriendo hacia él y todo alborozado le lanza este grito de júbilo: - Oye, Natanael, hemos encontrado a Aquel, de quien hablan en la Ley Moisés y los Profetas. iEs Jesús, el hijo ele José, el de Nazaret! Natanael, al escuchar las primeras palabras de su amigo Felipe, siente un vuelco en el corazón de alegría y entusiasmo, mientras repite en su interior: -- Al fin llega la redención. Viene el Mesías a esta– blecer el reino de Dios. 63

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