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zo a Andrés. Al impulso del 8;rdor que invade su alma, va corriendo en busca de su hermano Simón, y con voz que se quiebra de emoción y de alegría, le da esta nueva: Simón, hemos hallado al Mesías. En el rostro de aquel hombre del lago curtido y diestro en la pesca, brilló una sonrisa de esperanza. Andrés lo tomó del brazo y volvió con él al lugar donde se hallaba Jesús. El Nazareno miró a aquel pescador, hecho al trabajo, rudo en la apariencia; pero con un alma apasionada y un corazón noble y sano. La mirada del Nazareno penetró en el fondo de su alma y se extendió también por toda su vi– da. En ella iba su ca.razón de Maestro y amigo. Mirándole le dij o: Tú nes Simón, el Hijo de Juan, tú serás llamado Cefas. Jesús hablaba en arameo. Cefas en este idioma es lo mismo que piedra. En virtud de las palablas de Jesús, Si– món será llamado Pedro. Simón estaba como anonadado. No sabía el alcance de las palabras de Jesús; pero presentía que en el futu– ro habría un cambio en su destino. Los tres hombres de Galilea veían en Jesús el Maestro amigo que quería llevar– los en su compañía. En el rostro de Jesús se 1/radiaba un extraño gozo. Aquel día daba comienzo al reino espiritual que venía a fundar en la tierra. Ya tenía tres pilares para el edificio de la nueva sociedad. Uno de ellos era la piedra fundamen– tal de su Iglesia. Jesús camina adelante. Le siguen tres hombres que han puesto en El sus amores y esperanzas. En los ojos del Nazareno brilla la alegria de su primera conquista. 61
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