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Mesías. De pronto un hombre joven de rostro amable y mirada soñadora se acerca y pasa a su lado. Era Jesús. Juan se estremece de alegría y se siente sobrecogido de sentimientos de respeto y adoración. Ve al Hijo de Dios cargado con los pecados de todos los hombres, los que ha– bía de expiar un día derramando su sangre en agradable sacrificio al Señor. Aquella sangre purísima caería en el Calvario como cae en el altar la de los corderos inmola– dos dos veces al día y sobre todo en la fiesta de la Pascua. Y puestos en Jesús los ojos, señalándole con el dedo, ex– clama: iHe aquí el Cordero de Dios, quf' quita el pecado del mundo! Este es Aquel de quien yo dije: «Detrás de mí viene uno, que es antes de mí, porque era primero que yo». Yo 110 lo conocía; mas para que El fuese manifestado en Israel, yo he venido, y bautizo en agua. Juan sigue hablando con entusiasmo y con amor de aquel Hombre que camina a su vera como una aparición del cielo, el cual venia al mundo trayendo la paz, la gracia. la salvación. Les cuenta la divina Epifanía del Jordán de la que él fue testigo, cuando se abrieron los cielos en haces, de luz y el Espíritu Santo descendió en forma de palomá hasta posarse sobre el Nazareno. Les manifiesta igualmen– te la revelación que le hizo el Señor al derramar sobre El el agua del bautismo. Por fin, termina su relato, diciendo: Yo le be visto, y doy testimonio de qne Este es el Hijo de Dios. Jesús se había alejado. Juan guardó silencio. Los dis– cípulos estaban mudos de asombro. En el ambiente flo– taba un aire tibio de primavera, henchido de fragancias. En los ojos de aquellos buenos israelitas se reflejaban sor– presas, ansiedades. expectación. El camino del Señor ya estaba preparado. En Betanía, al otro lado del Jordán, seguía avanzando. como sonrisa del cielo. la aurora del reino de Dios. 57

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