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EL CORDERO DE DIOS Había llegado la primavera con sus P,rimores y ha– bía difundido por las orillas del Jordán abundancia de vida plena de luz, color y perfume. Como canta el Es– poso de los Cantares, habían brotado las flores, se oían gorjeos de pájaros, arrullaba la tórtola, la higuera mos– ~raba sus tiernos brotes y las viñas en flor esparcían su aroma. El río Jordán con el deshielo de la nieve de las montañas había aumentado considerablemente su caudal; y Juan, el asceta predicador del desierto, se había retira– do a Betanía, situada en la ribera izquierda del rio, fren– te a Jericó, al Suroeste de los montes de Galaad. E,ra un lugar apacible y ameno, rico en fuentes y de templado ambiente. El Bautista continuaba allí predicando la penitencia y administrando el Bautismo. Cada día tenía más adeptos y se hallaba rodeado de cierto número de discípulos que seguían fieles a sus enseñanzas. La fama de su predica– ción se había extendido por toda Judea y había llegado hasta los confines de Galilea. De numerosas ciudades y aldeas acudían a recib¾r el bautismo y escuchar sus pa– labras de fuego. Era una primavera de vida espiritual la que había irrumpido en el pueblo de Dios. Esto daba que pensar a los hombres graves de Jeru- 54
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