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de él brilla el sol derramando sus ,rayos abrasadores. Las noches, con frecuencia frías, dejan ver su manto negro, cuajado de miríadas de estrenas, cuya escasa luz aumenta el espanto haciendo ver en redor mil medrosos fantasmas., De cuando en cuando se alzan estremecedoras tor– mentas. Brillan fulgurantes rayos y resuenan fragorosos truenos, cuyos ecos repiten las concavidades de la coli– na. Vienen luego las lluvias torrenciales, cuyas aguas al precipitarse por las barrancas, producen un ruido espan– toso. Cuando cesa el rhmor del agua, vuelve a reinar un profundo silencio. A esta región inhóspita se dirige Jesús y en ella está cuarenta días con cuarenta noches solo, completamente solo con los animales que allí tienen sus madrigueras. Ayu– na y ora. Templa su corazón para la lucha con Satán. Se está preparando para la obra que en breve va a em– prender: la predicación del reino de Dios. Verdad es que durante toda su vida la comunicación con el Padre celes– tial fue constante, ininterrumpida; pero en la soledad del desierto, aislado de todo trato humano, su alma de hom– bre se explaya más y mejor en la divina contemplación. El tiempo y la eternidad, la tierra y el cielo, el hombre y Dios le ofrecen misterios profundos en los que queda ab– sorto. Pasados los cuarenta días sintió la flaqueza natural del cuerpo. Sus mejillas palidecían. Sus ojos iban perdien-1 do su brillo. El hambre asomaba en todo su rostro. De pron– to vio algo así como una sombra y tras ella se presentó ante El un hombre que pretendía romper su reposo, de– seoso de satisfacer su necesidad. Su semblante aparenta– ba compasión; pero en sus ojos fulguraba todo un mundo– de malicia y de odio. Era Satán, el Tentador del hombre, que bajo forma humana se acercaba a probar su virtud. Fingiendo do– lerse del hambre que sentía Jesús, como en el Paraíso tentó a Adán de gula, le intenta seducir. Señalándole con 51
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