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ta ha descendido con la plenitud de sus dones; el verda– dero Hijo de Dios, a quien el Padre le dice por boca de David: «Antes de la aurora, cual rocío, te he engendrado»; el predilecto de Dios, porque en El se cifran las divinas complacencias. Humedecido todavía Jesús por el agua que sobre El había derramado el Bautista, se alejó del Jordán con rum– bo desconocido. Más puro que la nieve impoluta de las montañas y que los ,rayos del sol matutino, no por el Bautismo de Juan, sino por la plenitud de gracia comunicada a su alma, ca– minaba llevando sobre Sí el peso de todos los pecados del mundo. Pero El seguía adelante. impulsado por el Espíritu de Dios. Caía la tarde. El Bautista sentía un íntimo gozo en su corazón. Las sombras de la noche se alargaban y amena– zaban envolver la tierra con su negra clámide. i Pero en el mundo renacía una nueva aurora de gra– cia! 49 4. Jesús ele Nazaret

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