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La justicia era la rectitud, el sometimiento que los dos habían de mostrar a los designios de Dios. Juan lo com– prende; accede a los deseos de Jesús y le bautiza. Llena su vasija de agua, eleva los ojos al cielo, y tembloroso, emo– cionado, inclina su cabeza de asceta, y el agua clara cae soQre el Nazareno. El agua, al contacto de aquel cuerpo inmaculado, se hace apta para el Bautismo de vida que Jesús iba a instituir; es consagrada y santificada, a fin de que pueda servir de instrumento de regeneración es– piritual; y el que desee entrar en el reino de Dios ha de renacer en el agua y en el Espíritu Santo. Jesús salió del agua ,recogido, ensimismado, en ínti– ma comunicación con el Padre Celestial. El Bautista tam– bién se quedó arrobado. Y mientras Jesús oraba, he aquí que se abrieron los cielos en haces de luz clarísima que en– volvía el cuerpo del Nazareno. Al mismo tiempo se dejó ver el Espíritu Santo en figura de paloma, que revolotea– ba y descendía hacia Jesús hasta posarse sobre El. En las alturas resonaba la voz del Padre que proclamaba la divinidad de su Hijo, diciendo: -- Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias. Las turbas no percibieron ni la luz ni la paloma ni la voz de lo alto, aunque se notaba que algo sobrenatural ha– bía ocurrido en el Jordán. Sólo Juan, juntamente con Jesús, fue testigo de aquella teofanía. Dios comenzaba a darse a conocer. Los velos que ocultaban su vida íntima se descorrían. Por primera vez la Trinidad se manifestaba al mundo: el Padre dejaba oir su voz en las alturas, el Hijo Eterno aparecía en Jesús revestido de nuestra carne y el Espíritu Santo se mostraba en forma de paloma, sím– bolo de la gracia que se iba a derramar sobre todo el gé– nero humano. Así fue Jesús de Nazaret proclamado por el Mesías prometido. El es el ungido del Señor, sobre el que el Espíritu San- 48
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