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piritual. Un resurgimiento a una nueva vida se notaba en aquellos hombres y mujeres de diversas condiciones so– ciales, que llegaban al Jordán para bautizarse. Una mañana espléndida y plácida Juan se hallaba en el río bautizando. El agua cristalina caía sobre la cabeza. el pecho y las espaldas de aquellos pecadores arrepenti– dos, como símbolo de la purificación interna obrada por la penitencia. De pronto, entre los que aguardaban el turno para bautizarse, se presenta un joven desconocido, el cual se acerca al río, mezclado con la multitud. No se sabe de dónde viene ni qué cargo o posición ocupa, aunque pare– ce ser de Galilea. Viste túnica blanca y manto rojo. Os– tenta larga cabellera de naz8ireno y barba de color de miel. No obstante su pobreza y sencillez, se nota en El un aire fino y delicado, como si fuera un Maestro de Israel. En su rostro se refleja la bondad de su alma, la ternura de su corazón. No es un pecador vulgar que necesita del Bautismo para p~rificarse. Todo El respira candor, pure– za, santidad. Ya está en el ribazo del río para descender al agua. Juan le mira, y aunque es un desconocido, a la luz sobre– natural que entonces penetra en su alma, se da cuenta de quién es. Reconoce al Mesías esperado cuyos caminos él prepara. El Bautista no sabe qué hacer: se siente ante el Nazareno empequeñecido, anonadado. Quisiera postrarse a sus plantas para adorarle como a Hijo de Dios. Pero he aquí que Jesús desciende al río para ser bautizado. Juan tiembla de emoción y no quiere bautizarle. Esto le parece un atrevimiento, una profanación, y por eso le dice: --- Soy yo quien debe ser por Ti bautizado, ¿y Tú vie– nes a mí? Pero Jesús, teniendo presente la voluntad del Padre, le replica: - Déjame hacer ahora. pues conviene que cumpla– mos toda· ;justicia. 47
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