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LA TEOFONIA DEL JORDAN Todo era movimiento y vida en el Jordán y sus ori– llas, donde Juan el Bautista predicaba penitencia y admi– nistraba el bautismo a los pecadores que se llegaban a él, contritos de sus culpas. Se hallaba en un frondoso valle, a unos pocos kilómetros del mar Muerto, a la parte Nor– te. La amenidad del paisaje convidaba al recogimiento y a la elevación del alma. Palmeras y sicómoros, con otros árboles frescos y exuberantes mecidos por el viento, alza– ban con frecuencia blandos susurros. Varias fuentes can– tarinas acompañaban el murmurio del río; diversas plan– tas aromáticas daban su olor y lucían los matices de sus flores; las arenas de las orillas brillaban como polvo de oro a los rayos solares; el sol rielaba en el agua ofreciendo mil cambiantes de luz... Todo convidaba a alabar y bende– cir al Supremo Hacedor y a desprender el corazón de los hombres de las humanas ruindades, a fin de que se unie– ran al himno que todas las cosas elevan a Dios. Pero más que la animación e impulso vital de la Na– tqraleza, era de admirar el movimiento religioso que se había alzado entre la turba. Un constante fluir y refluir de gente se notaba en aquel ameno valle, centro de la predicación del Bautista. Pecadores de todas partes de Judea y Galilea acudían allí en ansias cte regeneración es- 46

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