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exigía un cambio radical de vida, repitiendo una y otra vez: ;Haeecl ppnitencia. porque se acerca el reino de Dios! La predicación del Bautista comenzó a dar sus frutos. Una corriente sobrenatural se sentía fluir por el pueblo. En torno del asceta predicador se agruparon algunos dis– cípulos que. en su entusiasmo por el Maestro, no sólo le tenían por profeta, sino que comenzaban a sospechar que fuera el Mesías esperado en el pueblo de Dios. Otros no llegaban a tanto; pero en la expresión de muchos flo– taba esta pregunta: ¿Quién será este hombre? ¿No será el Mesías? Juan lo nota, y declara su misión preparativa, anun– ciando con toda cl2.ridad al que ha de venir en pos de él, diciendo: -- Yo os bautizo en agua; pero llegando está otro más fuerte que yo, a quien no soy digno de soltarle la co– rr<'a de sus sandalias; El os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar la era y almacenar el trigo en su granero, mientras la paja la quemará en el fuego inextinguible. Se hizo un silencio profundo, espectante. En todos los rostros de los oyentes de Juan se notaba extrañeza, inquie– tud, deseos de justicia, anhelos de Redención, esperanza en el que iba a venir a salvar al mundo. Entre tanto, allá en la lejanía caminaba hacia el Jor– dán un joven con túnica blanca y manto ,rojo. Era Jesús de Nazaret, el Mesías esperado. El había de bautizar en el Espíritu Santo y fundar el reino de Dios. El traía el bieldo para limpiar la era. El juzgará a todos los hombres admi– tiendo a unos en el cielo y arrojando a otros en el fuego inextinguible. 45
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