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Preparado así por la penitencia y la oración, fue lla– ir.ado por Dios a un alto ministerio. El Espíritu Santo le movió a' salir de la soledad para predicar al pueblo un bautismo de penitencia en remisión de los pecados, y se presentó a orillas del Jordán como enviado de Dios. Sus ojos brillaban con luz de eternidad. Sus labios se abrie– ron y resonó su voz henchida de unción sagrada, repitien– do este divino mensaje: iHaced penitencia, porque se acerca el reino de Dios! Las gentes todas se conmovían al escuchar a aquel penitente que tenía aspecto de Profeta. Su voz penetran– te volvía a resonar con más persuasión e imperio. Un fue– go divino parecía abrigarse en ella, y cada día aumentaba el auditorio, ávido de nuevas revelaciones. El asceta, ergui– do ante la multitud. consciente de su misión, se apropiaba y repetía, fulminante, las palabras de Isaías: - • Voz del que clama en el desierto. Preparad el ca– mino del Señor. Haced rectas sus sendas; todo valle será terraplenado y toda montaña allanada; los caminos tor– tuosos scr:in rectificados, y los ásperos suavizados, y toda <·arne verá la salud de Dios. La predicación del nuevo Profeta puso en conmoción a todo el pueblo. Hombres y mujeres de todas las condi– ciones sociales acudían a la orilla del río, confesando sus pecados. El Bautista los introducía en el Jordán y de– rramaba sobre sus cabezas el agua clara como símbolo de la purificación obrada en las almas por la contrición de sus culpas. Con esto, se dejaban los vicios y se p¡acticaban las virtudes. La austeridad de vida llenaba los valles de los placeres, y la humildad abatía los montes del orgullo. Numerosas almas se preparaban para la venida del Sal– vador que ya se acercaba a establecer su reino. Mezclados entre las gentes ansiosas de regeneración espiritual. llegaban los formulistas fariseos y los sadu- 43
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