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zón de Madre palpitó con violencia. En su rostro se re– flejó una nube de una pena muy honda. Comprendía que su Hijo se marchaba. No obstante, se atrevió a pregun– tarle: --- lQué haces, Hijo mío? - Mañana parto de Nazaret. - ¿y me dejas sola? .- lNo sabes que en las cosas que tocan al servícío de mi Padre es en lo que tengo que ocuparme? lAdónde te vas? Se.ré un peregrino, sin patria ni hogar. Tendré me– nos que los pájaros que hacen sus nidos y que las raposas que descansan en sus madrigueras. A Mí me faltará has– ta lugar donde reposar mi cabeza. Yo estoy dispuesta a servirte. Ya me has servido bastante. Llegó la hora en que debo emprender la predicación de mi Evangelio y darme a las almas para establecer en ellas el reino de Dios. Calló Jesús, y reinó en torno un silencio de penetrante melancolía. Se avecinaba la noche. En la carpintería las sombras envolvían todas las cosas. En el cielo azul bri– llaba un lucero. Por el rostro de la Virgen corría una lá– grima. Jesús, sereno y dulce, m~raba a la lejanía con mi– rada de protección y esperanza. Pasó la noche y vino la mañana límpida y plácida. Cantaban las aves, y los rosales y terebintos daban su olor. Era toda una epifanía de luz, de colorido, de perfume. Ya estaba Jesús preparado para emprender el viaje an– helante de o~ra Epifanía más hermosa en el mundo de las almas. La puerta de la casita de María se abre. Jesús sale de ella con su manto rojo sobre la túnica blanca, y tocado con el turbante, que movía graciosamente la brisa de la mañana. Por el camino polvoriento. quedan huellas de sus sandalias. Llegó a la colina de donde se divisaba un amplio pa- 40

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