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Fuera de las horas del trabajo, transcurría el tiempo en la intimidad con su Madre. No teniendo amigos con quienes pasear, conversar y divertirse, permanecía reti– ,rado en su hogar, alegrándolo todo con su presencia. Aquella vida tranquila y, al parecer monótona, era para Maria más dulce y más serena que el correr del manso arroyuelo sobre doradas arenas, más suave que el blando susurro entre las hojas del bosque. Aquello trans-– cendia a estancia del Paraíso. Pero aquel manso fluir de la vida hogareña de Na– zaret iba a tener pronto su término. Se notaba esto en la mirada de Jesús hacia la lejanía del horizonte infinito. María comprendía aquella mirada. Se daba cuenta de que se acercaba la despedida de su Hijo, y una tristeza inde– finible se reflejaba en todo su semblante. La vida del hogar continuaba con la misma serena paz. El trabajo de la carpintería seguia idéntico ritmo; pero flotaba ya en el ambiente la melancolía del adiós. Un día corrió por Nazaret una interesante noticia. A orillas del Jordán había aparecido un extraño asceta que ptedicaba al pueblo la penitencia. Numerosas gentes de distintas clases sociales iban a visitarle y a recibir su bau– tismo. Un gran movimiento religioso se había alzado en todo eI pueblo. Se presentían nuevas manifestaciones de Dios. Algunos pensaban que se acercaba el tiempo del Me– sías. Los nazaretanos comentaban este movimiento reli– gioso, y más de uno al ir a la carpinteria para dar a Je– sús a]gún encargo, le decían: ¿No te has enterado del Profeta que predica peni– tencia a orillas del Jordán? ¿será acaso el Mesías? Jesús oye aquellas preguntas, y luego, concentrado en Si mism9 responde: Dios conoce el momento en que su Enviado ha de manifestarse al mundo. Una tarde entró Maria en el taller del carpintero y vio a .Jt>sús que recogía los utensilios del trabajo. Su cara- 39
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