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EL ADIOS A NAZARET Jesús tenía treinta años. En su pleno desarrollo mos– traba una belleza varonil encantadora. Era de estatura algo más que mediana, delgado, de movimientos tranqui– los y ademanes circunspectos. vestía una túnica blanca y larga hasta los tobillos, ceñida de un cinturón con o,rlas blancas y azules. Al salir de casa usaba un manto rojo y su cabeza era tocada con un turbante o pañuelo del mismo color. Sus pies calzaban sencillas sandalias de cue– ro. Su semblante ofrecía sin igual fascinación. Su frente era ancha y serena; el rostro, ovalado, blanco con suaves tintas rosa. Una larga cabellera de nazareno color de miel. dividida en la frente, caía en bucles sobre sus hombros. Sus grandes ojos azules reflejaban una inexplicable dul– zura. Su faz daba muestra de su virilidad con una barba rubia, corta y rizada. Sus manos, aun hechas a empuñar rudas he,rramientas, eran finas y alargadas. Vivía en Nazaret entregado al trabajo. José había muerto, y Jesús continuaba con su carpintería, ganando el diario sustento para El y para su Madre. Con frecuen– cia se acercaban al taller sus paisanos a encargarle al– guna ob.ra . Unas veces era un arado. Otras, un yugo. Otras, un mueble. No faltaban quienes le pedían vigas para la construcción de una casa. 38

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