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Avidos de contemplar de nuevo a su quep.do Niño, entran en la cátedra de los doctores de la Ley. Allí for– mando semicirculo se hallan sentados los rabinos de luen– ga barba y venerable continente. En medio de ellos está Jesús. Su rostro i~radia b~ldad encantadora. Sus ojos lan– zan suaves fulgores de cielo. Sus palabras b.rotan de sus labios como sentencias de altísima sabiduría. Los rabinos le hacen mil preguntas y a todas da sabias respuestas. El también les pregunta a ellos cosas tan sublimes que no saben qué responder. Admirados de sus respuestas y preguntas, se decían unos a otros: lQuién será este Niño? lDónde habrá aprendido estas cosas? Maravillados se quedan Maria y José al verle. Su Ma– dre le mira con amorosos ojos y desahogando su corazón maternal, le dice: -- Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados andábamos buscándote. Jesús vuelve a ellos su mirada serena y profunda co– mo mar en calma, y contesta a su Madre con muestra de filial cariño: J ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocu- parme en las cosas de mi Padre? Tan profundo misterio encerraba la respuesta de Je– sús, que ellos, por entonces, no la entendieron. El asom– bro que embargaba sus almas había llegado a su colmo. Sin más, retornaron los tres a Naz9¡ret. Reanudaron su vida monótona de oración y de trabajo. Maria guar– daba todas aquellas cosas en lo más profundo de su alma, y en el retiro de su humilde vivienda, las rumiaba un dia y otro en su corazón. José volvió al trabajo de su taller de can>intero. J~sús les estaba sujeto, obedeciendo en todo sus man– datos. Crecía en sabicluría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres. 37

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