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da de la espada que le anunciara el anciano Simeón. El Niño no está con ninguno de los dos. --- ¿Dónde has dejado a Jesús? pregunta María. Pero, ¿qué me preguntas? contesta José . iSi yo creía que venía contigo! Desolados, se acercan a sus parientes y conocidos. Na– die sabe dar razón de su dulce prenda. Todo lo andan; todo lo mirJn. iY .T esús no aparece por ningún sitio! Pasan la noche en horrible angustia. Al romper el alba, vuelven camino de la ciudad, dolientes, pensativos. Por todas partes van preguntando a los viandantes y pe– regrinos, diciendo: -- ¿Habéis visto a Jesús, nuestro hijo? A continuación dan señas de cómo era, de los vestidos que llevaba, del timbre de su voz, de la expresión de su semblante, del aire de su andar... iY nadie lo había visto! Podía haber sido raptado por una caravana de bandole– ros. iAcaso Jesús los hubiera dejado por no merecer ellos su compañía! Con estos pensamientos en su mente, llegan a Jeru– salén. Andan toda la ciudad; cruzan las calles; entran en las casas de los conocidos; visitan las tiendas, los ba– zares, las sinagogas. Todo inútil: Jesús no aparece por ninguna parte. Después de tres días de cansancio y angustia, se di– rigen al Templo. ,Atraviesan los pórticos, los patios. Se acercan, por fin, al recinto donde solían reunirse un gru– po de rabinos para discutir sobre cuestiones intrincadas de la Biblia. Antes de entrar, María se detiene: una viva emoción ! • embarga su pecho. En su rostro bnlla un destello de amor y de esperanza. Ha oído una voz dulce de adolescente que parece conocer. Adelanta unos pasos. Siente que un rau– dal de alegría se desborda de su corazón, y mirando a José le dice: iEs Jesús! 36

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