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-- Heme alegrado al decírseme: «Iremos a la casa del Señor». Después de tres ellas de penoso viaje, los peregrinos llegan a Jerusalén. Jesús contempla por vez primera aque– lla ciudad centro del culto teocrático, donde habían vivido los reyes y profetas de su pueblo. Observa el Templo del Señor y su corazón late apresuradamente al recordar la historia de aquella gran ciudad y al prever todos los su– cesos que en ella habían de acaecer. La Pascua se celebra con el acostumbrado fervor y re– gocijo. Se tiene la ritual cena del Cordero Pascual. Se vi– sita el Templo. Se ora en él y se ofrecen sacrificios al Se– ñor. Terminados los días de la solemnidad, se empren– de el regreso en la misma forma en que se ha venido. Muchos judíos de cliferentes partes de la tierra han ido a Jerusalén con motivo de la fiesta. Forman un nu– meroso gentío. Es natural que al partir de la capital haya cierta confusión y desorden. Los gritos ensordecen el es– pacio. Hombres, mujeres, niños y bestias de carga se agi– tan por doquier. Un bullicio general se observa por todas partes. La inquietud se apodera de todos: unos llaman a otros; éstos buscan a sus familiares y demás conocidos; aqué.llos requieren sus cabalgaduras, y con tanta confu– sión y gritería. la marcha se retarda en unos; y en' otros, se acelera más de lo preciso. Los niños van o bien con el padre, o con la madre, o se juntan con sus parientes y amigos. Los grupos de Nazaret salen por la mañana de Jeru– salén. Caminan todo el día afanosamente. José va con los hombres; María, con las mujeres. Cansados y cubiertos de polvo. siguen el camino hasta el atardecer. La noche se echa encima, y los viajeros detienen su marcha para des– cansar. Los miembros de cada familia se buscan para per– noctar juntos. Los' santos esposos se buscan también, pen– sando en gozar ambos de la compañía del Niño Jesús. Pe– ro el dolor traspasa entonces su alma. La Virgen se acuer- 35

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