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teran de la situación politica. En Judea reina Arquelao, hijo de Herodes. Podría muy bien establecerse José con su familia en Belén, en donde le sería fácil ganarse la vi– da en el trabajo de su oficio, por estar cerca de la capital. Pero no deja de haber allí algún peligro, y otra vez recibe el aviso del cielo a fin de que retornen a Galilea. Camino de Nazaret va la Sagrada Familia. Allí les es– pera su humilde casita llena de recuerdos. Su taller de carpintero surge en la mente de José. Otra vez cruzan la llanura de Esdrelón que les da la bienvenida con el ver– dor de sus campos y sus árboles exuberantes. Por prime– ra vez se ofrecen a los ojos del Niño los campos galileos y las casitas blancas de Nazaret donde ha de pasar su infan– cia y juventud. No en vano ha de llamarse el Nazareno. Ha vuelto el ritmo de la vida ordinaria en aquella morada, remanso de paz. José trabaja en su carpintería. María atiende a los quehaceres del hogar: muele el tri– go, prepara la comida, cose los vestidos, barre la casa, va por agua a la fuente; pero sobre todo cuida del Niño como una flor del cielo: arrulla su sueño con tiernas canciones de amor, lo alimenta y sin cesar queda como arrobada en su contemplación. Nada hay allí que llame la atención de los hombres. Todo es sencillo, corriente, como el rayo de sol, el soplo del viento y el correr de la fuente clara. El Niño, como todo ser humano que viene a este mun– do, se va desarrollando, y cada día que pasa, muestra nue– vos encantos y bellezas. Pero en aquella vida, al parecer tan vulgar, flota algo inexplicable. El Espíritu de Dios sigue cubriendo con su sombra a aquellos tres seres humanos. Aquella vida sencilla y monótona formaba la canción más melodiosa del cielo y de la tierra. Dios tenia puestas allí sus divinas complacencias. 33 a. Jesús de Na.zaret

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