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El via¡e es en gran manera penoso, lleno de fatigas. Durante el día caminan sobre arenas movedizas bajo los ardientes rayos del sol, y por la noche, si quieren des– cansar, han de hacerlo tendidos en tierra. Pero abando– nados en manos de la Divina Providencia, nada temen. La esperanza reanima su corazón y les hace ver el feliz tér– mino de su jornada. Tal vez hallarían en su largo peregrinar por el desier– to algún pequeño oasis con alguna palmera o sicómoro donde tomar reposo. Sentada a la sombra, la Virgen con el Niño en su regazo arrullaría su sueño, mientras José se hallaría vigilante cuidando de su precioso tesoro. Ya están en Egipto. No son para contar las privacio– nes, los trabajos, las penurias a que se ve sujeta la Sa– grada Familia en el destierro. José tiene que ponerse a trabajar, a fin de ganar el ·sustento para la Virgen y el Niño. María atiende a Jesús y a José. Así transcurre aquella vida solitaria, monótona, tra– bajosa, en espera de que la Divina Providencia les seña– le otros derroteros. Han pasado unos meses. María y José, en medio de sus privaciones, se sienten inundados de paz, abandonados en las manos de Dios. No saben lo que ocurre en Palesti– na ni se preocupan de sus revueltas politicas. Herodes, ahito de vino y de lujuria, enferma y muere entre horri– bles convulsiones. De nuevo se aparece el ángel a José y le dice: - Levántate, toma el niño y vete a la tierra de Israel, porque son muertos los que atentaban contra la vida del Niño. De nuevo emprenden el viaje y regresan a su patria. La misma estampa se recorta sobre las rubias arenas del desierto. La Virgen con el Niño montada en un jumen– tillo; José que guía sus pasos. Alcanzan la frontera. Ya están en Palestina. Pronto por las hablas de las gentes del pueblo se en- 32

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