BCCCAP00000000000000000000501

habitantes de Jerusalén, no por sus trajes exóticos ni por las riquezas de sus bagajes, sino por las extrañas pregun– tas que hacen a cuantos encuentran por las calles y pla– zas. Esta era la pregunta repetida a unos y a otros: ¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de na– cer? Nosotros vimos su estrella en el Oriente y venimos a adorarle. La curiosidad crece por momentos. Todos salen a ver a los extranjeros. Se asoman a las azoteas, atisban por las pue;rtas y ventanas, se agrupan en las bocacalles. Je– rusalén entera está inquieta ante aquella comitiva del Oriente y por doquier se comenta la pregunta que van ha– ciendo. Anuncian el nacimiento de un nuevo rey de los judíos. Puede ser el Mesías. La noticia corre hasta el mis– mo palacio de Herodes. Esto molesta en gran manera al sibarita monarca, pues no quiere que nadie turbe la paz de sus placeres. i Un nuevo rey de los judíos! Esto sería su ruina, el término de sus orgías. Y mientras los pebe– teros de plata exhalan su fragancia, los pétalos de rosa caen sobre los triclinios y se escancia el vino en copas de oro, con torva mirada, da orden de llamar a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo para consul– tarles sobre el lugar del nacimiento del Mesías. Los sa– cerdotes y escribas versados en el estudio de la Biblia, le conkstan: En Belén de Judá. Y para que el viejo rey se persuada de que dicen ver– dad, desenrollan un pergamino que contiene el librn de Miqueas, diciendo: Así está escrito por el Profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ciertamente la más pequeña entre los príncipes de Judá, porque ele ti saldrá un Jefe que apa– centará a mi pueblo Israel». El astuto soberano queda confopne con la informa– ción de los sacerdotes y escribas. Guardando el mayor si– gilo, manda llamar a los Magos. Con finos modales los re- 27

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz