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tercero de color negro y ba¡rba cerrada llamado Baltasar. De pronto ven una estrella nunca percibida en el cie– lo. Sus rayos evocan la luz del Paraíso. Parece un resplan– dor de Dios. El primero en verla es Melchor y dice a sus amigos: --- Mirad esa estrella. Brilla de una manera rara. Nun– ca he contemplado ot,ra igual. Parece que quiere hablamos. Al verla, en el fondo de mi alma se comienza a per– cibir una luz sagrada que esclarece todo mi interior --- afir– ma Gasp3iI", No hay duda: esa estrella viene a señalarnos un de– rrotero desconocido en nuestra vida - comenta Baltasar. Melchor entonces ha comprendido el lenguaje extra– ño de aquella misteriosa estrella que parecía entrar en sus almas, y comunica a sus amigos su pensamiento. dicién– doles: Sin titubeo alguno lo afirmo: éste es el signo del Rey que ha de venir. Vamos a adorarle. A la mañana siguiente, hay un revuelo en aquella ciu– dad oriental. Los tres magos emprenden un viaje inespe– rado. Preparan sus camellos; dan órdenes a sus criados; toman sus cofres de madera preciosa con incrustaciones de oro, y emprenden la marcha. El camino es largo y penoso. Unas ve-ces cruzan férti– les llanuras; otras, largos desiertos de arena. También tie– nen que verse con montañas abruptas, con bosques in– trincados, con ríos caudalosos. Pero la estrella misteriosa va delante de ellos sirviéndoles de guía, y sus suaves rayos llegan hasta sus corazones para confortarlos. Tras larga jornada, entra en Jerusalén la caravana, atrayendo las miradas de sus habitantes con su atuendo oriental. Allí era frecuente ver llegar caravanas de Orien– te con sus camellos y dromedarios transportando sedas, piedras preciosas, gomas y otras ricas mercancías. Pero estos sabios peregrinos llaman la atención a los 26

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