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Descargados los peces que habían recogido ---· y que eran tantos que fue un prodigio que la red no se rompie– ra-, Jesús les invita con ternura de amigo a tomar aque– lla frugal refección, diciéndoles: - Venid y comed. Todos rebosaban de gozo. Nadie se atrevía a pregun– tar quién era. Sabían muy bien que era el Señor. Jesús les distribuye el pan que les tenía preparados. Ellos disfrutan de su amable compañía como aquellos días en que le acompañaban por la campiña y el lago. de Galilea. Terminaron de comer. La mañana avanzaba suave, amorosa inundando de luz el lago y sus contornos. Todo parecía convidar al goce puro, a la efusión de los corazo– nes. Los apóstoles se hallaban en la playa solazándose con la presencia del Señor resucitado. Jesús ejercía sobre ellos una atracción subyugadora, sobrehumana, divina. No ce– saban de contemplarle, y puestos en él los ojos, guardaban silencio. Era un silencio espectante. Presentían algún nue– vo gesto del Maestro. De pronto Jesús se dirige a Pedro, llamándole por su nombre familiar. Mirándole amo.rosamente le dice: - Simón, hijo de Juan, ¿me ·amas más que éstos? Pedro, ante esta pregunta abre humildemente los ojos. Mira también con cierta timidez a sus compañeros. Res– ponde sin arrogancia alguna. El recuerdo de sus negacio– nes le hacía desconfiar de sí mismo, pero con intenso ca– riño le dice: - Sí, Señor, Tú sabes que te amo. Jesús penetrando en su corazón y viéndole ya purifi– cado por la penitencia de sus pasadas flaquezas, y lleno de amor hacia El, le da el encargo. -- Apacienta mis corderos. Por segunda vez le dirige la misma p,regunta con voz que penetraba aún más hondo en el corazón de Pedro: -- Simón, hijo de .Juan, ¿me amas? 251
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