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IV. - A la orilla del lago Habían pasado varios días después de resucitar Jesús de entre los muertos. Sus discípulos, recreados por las visitas del Maestro, siguiendo sus indicaciones, habían de– jado Jerusalén y se hallaban en Galilea en espera de fu– turos acontecimientos. Ya estaban en la ribera del lago. Volvían a recorrer aquellos lugares testigos de los milagros del Nazareno. Respiraban de nuevo aquel aire donde había flotado su voz como melodía ultraterrena. Allí había predicado al pueblo su doctrina; acá había esparcido el perfume de su bondad. En aquel lugar retirado les había hecho objeto de su amorosa confidencia. No había senda ni colina ni campo que no les recordara al Maestro adorado, en cuya compañía sentían inundarse de felicidad. Pero mientras el Señor no les diera nuevas órdenes, les era menester volver a su vida cotidiana de brega y de trabajo. Precisaban tomar de nuevo sus redes y subir a sus barcas. Un día, al atardecer, dijo Ped,ro a sus amigos: -- Voy a pescar. -· Vamos también nosotros contigo -··· respondieron ellos. Y Pedro con Tomás, Natanael, Santiago, Juan y otros 249

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