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decepción, de pesimismo para el incrédulo Tomás. Trans– curridos estos días, estaban todos de nuevo reunidos en el Cenáculo. Tomás también se hallaba allí con ellos... De pronto, como la primera vez, Jesús se les aparece, diri– gténdoles su acostumbrado saludo: - iLa paz sea con vosotros! Inmediatamente vuelve sus ojos al incrédulo Tomás, y con la amabilidad de siemp 1 re, encarándose dulcemente con él, le muestra sus manos y costado, diciéndole: - Alarga tu dedo, y mira mis man-0s y tiende tu ma– no y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Tomás se siente totalmente vencido, subyudado por el amor y ternura de Jesús. Se rinde ante El y le confiesa, prorrumpiendo en este acto de adoración: - iSeñor mío y Dios mío! Jesús oye aquella confesión sincera, humilde, amo– rosa, aunque tardía, de su discípulo, y le dice: - Porque me has visto, has creído. i Dichosos los que sin ver creyeron! Jesús desapareció. La noche avanzaba; pero la luz de la fe hacía presentir todo un mundo de maravillas. 248

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