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Tras esto, el Maestro desapareció, aunque las puer– tas permanecían cerradas; p 1 ro su presencia en el Cená– culo fue como un rayo de sol que sigue brillando. Los dis– cípulos sentían en sus corazones un gozo inenarrable. La fe y la esperanza renacían en su almas como luces de cielo, y por ello el Maestro aún continuaba viviendo allí de una mane,ra misteriosa. Viene luego un incidente inesperado. Cuando se apa– reció el Señor en el Cenáculo faltaba un discípulo. Era Tomás que, decepcionado, abatido, desesperado por la muerte del Maestro lamentaba en la soledad su fracaso. Después de andar de un lado para otro, enterándose de lo que se comentaba en los co~rillos de la calle, llega a reunirse con sus compañeros. Estos rebosantes de ale– gría por la vista del Maestro resucitado, se apresuran a darle tan fausta nueva. Alborozados le dicen: - Hemos visto al Señor. A continuación le dan detalles de su aparición: le ma– nifiestan cómo les ha hablado y ha comido con ellos, có– mo les ha mostrado las llagas de sus manos, pies y costado trocadas en estigmas de gloria. Después de tantos por– menores, le repiten: -- No hay duda: era el Señor el que nos ha visitado. Pero Tomás entregado a sus cavilaciones, conservando muy grabadas en su mente las risas y burlas de la calle, recibe la noticia como un cuento inventado para consuelo de la desilusión en que les ha dejado el Maestro al mo– rir. Llega a tanto su incredulidad, que, a la minuciosa noticia de la vi~ita de Jesús resucitado, ,responde con un desafío expresado en esta frase :fría, atrevida, casi brutal: - Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dPdo en el agujero, y mi mano e-n el costado, no creeré. Pasaron ocho días. Días de íntimo gozo y llenos de esperanza para los demáf- discípulos. Dias de tristeza, de 247

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