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-- Algunos de los nuestros vieron el sepulcro y halla– ron las cosas como las mujeres decían, pero a El no le vie– ron. No hay duda: son cosas de mujeres. El divino caminante, después de escuchar sus pala– bras, con voz dulce y amorosa, les lanza este reproche inesperado: iOh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los Profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciese esto y entrase en su gloria? A continuación, con singular maestría, les fue expli– cando las sagradas Escrituras, en donde se habla del Me– sías. Comenzó por Moisés; siguió con Isaías, Jeremías, Miqueas, Daniel, Malaquias y citó salmos de David y otros textos mesiánicos. Su voz penetraba en el alma de sus oyentes con in– decible insinuación, y · era como un bálsamo que suavi– zaba sus heridas. Con sus palabras de vida se iban reani– mando. Sus corazones se llenaban de amor y de ternura, como si en ellos hubiera prendido divino y amoroso fuego. El crepúsculo vespertino iba avanzando. Se alargaban las sombras. El cielo, por la pa,rte del Poniente, se teñía de suave púrpura. La noche se echaba encima. Llegaron a las primeras casas de la aldea, en donde los discípulos se disponían a descansar. Jesús fingió seguir adelante; pero ellos, sintiendo por el desconocido un ca– riño insólito, lo toman de la mano e intentan retenerle, invitándole a entrar con ellos en la casa, de esta manera: - iQuédate con nosotros, porque se hace tarde y el día declina! Jesús accede a la invitación. Entra en la casa donde ellos iban a hacer noche. Le ruegan que cene con ellos. Ya están sentados a la mesa. Sobre el mantel se ve el pan. Jesús comienza tomando el pan en sus santas y venerables manos; lo parte. lo bendice y se lo entrega a 243

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