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II. - Al declinar el día Eran las tres de la tafde. Día de la resurrección de Je– sús. El sol brillaba en medio del cielo azul limpidísimo, re– calentando la tierra. Mas, iniciado el crepúsculo vesperti– ne,, comenzó a correr una fresca brisa. Dos discípulos del Señor salían de Jerusalén y se dirigían a Emaús, aldea cer– cana a la ciudad, distante como dos horas de camino. Tristes y acongojados, dejaban el bullicio de la capi– tal con ánimo de encontrar en el campo aire y reposo re– confortante. Llevaban el corazón oprimido por los suce– sos ocurridos en aquellos días. Habían perdido al Maestro querido, y con su muerte habían fallido todas las esperan– zas en El cifradas. Nunc::i hubieran pensado que tendrían tan trágico fin. Comentaban el ·caso entre los dos. lamen– tando el fracaso del Nazareno. iCualquiera lo diría! exclama uno. --- Es algo increíble -- replica el otro. - iUna muerte tan trágica! ... - Después de tantos milagros... Mientras hablaban una nube de tristeza se reflejaba en sus semblantes. Seguían el camino entre roquedas y campos de cultivo, cansinos, desconsolados, cuando he aquí que se proyecta sobre ellos una sombra de un viajero desconocido. Era para ellos una contrariedad, porque aquel 241 16. Jesús de Nazaret
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