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había resonado en las estancias de la casa de Betania, la llama por su nombre: - iMlaría! Todo un río de gozo se desborda por el corazón de la Magdalena, al reconocer la voz del Maestro. Parecía que había despep;ado de un sueño. Puesta de rodillas, excla– ma en actitud de adoración: •-- iMaestro! Diciendo esto, hace ademán de querer besar sus pies y bañárselos con sus lágrimas, como lo había hecho en otras ocasiones; pero Jesús detiene sus ímpetus amorosos, haciéndole ver que aún no ha llegado la hora de gozarle, plenamente. Esto está reservado para el cielo donde ten– drá con El comunión eterna. Por eso Jesús le dice: - No quieras tocarme, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Jesús había desaparecido. En el jardín reía el sol. Cantaban los pájaros. Las flo– res esparcían su perfume. En el alma de la Magdalena ha– bía una expresión de vida primaveral. Llegó adonde esta– ban los discípulos congregados, para darles la noticia. El alma de ellos todavía estaba envuelta en las sombras de la tristeza y de la duda. Las palabras de la Magdalena eran rayos de sol en me– dio de las tinieblas. 240

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