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temes a Dios? Nosotros justamente sufrimos, porque re– cibimos el castigo de nuestras obras, pero éste nada ma– lo ha hecho. Luego a Jesús, le dirige este grito de dolor y de es– peranza: - Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús, como dueño de la vida y de la muerte, reafir– mando su realeza, le ofrece el perdón y la libertad de to– das sus penas con estas consoladoras palabras: - En verdad te digo, hoy serás conmigo en el Paraíso. Pasados los primeros momentos en que las turbas se desfoga,on con soeces insultos, muchos fueron retirándo– se de la presencia del divino Crucificado. Un grupo de amigos se acercaron entonces a la cruz. Al pie mismo de 1 • • • ella, se hallaba Maria, la Madre de Jesus, Juan el d1sc1- pulo amado del Señor, María Magdalena y Maria esposa de Cleofás. Reinaba un profundo silencio. Se oia el gotear de la sangre que caía al suelo de las llagas de Jesús y el so– llozo de las personas queridas anegadas en llanto. A lo lejos, como rugido de mar, se notaba el rumor de la gen– te que se alejaba. En medio de la profunda oscupdad que comenzó a tenderse sobre la tierra, un suave reflejo de luz estelar se proyectaba sobre el cuerpo de Jesús, sobre su madre y sus acompañantes. Jesús creyó llegar entonces el momento de despedir– se de su que1ida madre. Ella estaba allí anegada en dolor; pero en pie, firme como una roca en medio del oleaje. Je– sús vuelve a ella y al discípulo su mirada repleta de amor y de ternura. A ella le dice: - Mujer, ahí tienes a tu hijo. Y al discípulo: ~- Ahí tienes a tu madre. 231
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