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- Tomadle vosotros y crucificadle, pues yo no hallo C"ll El ningún crimen. Mas los judíos no quieren crucifica,rle por su propia cuenta; al fin, para mover al Pretor a condenar a Jesús apelan a la autoridad de Roma, diciendo: - Si sueltas a éste no eres amigo del César. Al oir esta frase, Pilatos vacila, tiembla. La figura del Emperador Romano surge en su mente como un espec– tro. Ahoga las voces de su conciencia y se dispone a com– placer a los judíos. Con todo, hace un supremo esfuer– zo: siéntase en el tribunal, teniendo en frente a Jesús y lo muestra de nuevo con sarcástica sonrisa: - He aquí a vuestro rey. Se oyen nuevos gritos y nuevas repulsas de la turba que pide otra vez que Jesús sea crucificado. Pilatos pre– gunta con maliciosa sorna: - ¿A vuestro Rey voy a crucificar? - Nosotros no tenemos más rey que el César •- le replican. Pilatos, al fin, cede y se dispone a dícta,r su senten– cia; pero, antes, como protesta de su inocencia en aquel crimen, manda traer un jarro de agua y se lava las manos en presencia del pueblo, diciendo: - Inocente soy yo de la sangre de este justo. Allá lo veréis vosotros. La multitud rugiendo de odio y de furor, exclama fre- nética: ' - i Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Pilatos, mirando a Jesús, pronuncia las palabras de rúbrica: - Irás a la cruz. En esto después de devolver a Jesús sus propias ves– tiduras, se acerca un lictor con una cruz enorme, se la ponen sobre las espaldas del Naza,reno y marcha el divi– no Reo camino del Calvario precedido de un piquete de 227
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