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Adorado el Niño, María lo envuelve en pañales y lo reclina en el pesebre sobre la paja y el heno. Mas he aquí que suenan voces en torno de la gruta. El reposo nocturno va a ser turbado. Son los pastores que velaban en los campos vecinos. Quieren ver al Niño y ,ren– dirle adoraciones. En el silencio de la noche han sido tes– tigos de una celeste aparición. Han visto un ángel de Dios rodeado de luz deslumbrante. Al verlo se llenaron de te– mor; pero el ángel los tranquilizó diciéndoles que fue– ran a Belén a ver al Salvador que había nacido. «Es un niño --· les afirmó - que hallaréis envuelto en pañales y acostado en el pesebre». Vieron una multitud de espí– ritus celestiales que cantaban el mensaje del cielo a la tierra: - Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres ele buena voluntad. Los pastores entraron en la gruta. Contemplaron al Niño; le saludaron en su rústico lenguaje y le ofrecie– ron sus sencillos obsequios. Rebosantes de alegría, retornaron a sus majadas, dando al viento sus cantos pastoriles con los que alaba– ban y glorificaban a Dios. Sus ecos en las alas de la brisa nocturna llegaban a la gruta, regocijando a la Virgen y al Niño. Por fin, la gruta volvió a quedar en silencio como un templo solitario en el reposo de la noche. La Virgen si– guió en su habitual recogimiento. Ella, dice San Lucas, conservaba estas co~as dentro de sí, meditándolas en su corazón. Entregada María a sus meditaciones, sentía bañarse el alma en celestial dulzura. Los mundos y los siglos se abrían a la mirada de su espíritu, y volvía a repetir el cántico de su amor y su gratitud. El Niño continuaba recostado sobre la paja y el he– no como la más bella flor del Paraíso, en cuya fragan– cia se encerraba la salud del mundo. 19

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