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Jesús le hace ver que no quie,re alzarse contra él ni contra ningún soberano de la tierra, porque su reino es compatible con otros reinos terrenos, por ser completa– mente espiritual. Esto se lo manifiesta diciendo: - :M:i reino no es de este mundo. Si de este mundo fuese mi reino, mis ministros hubieran luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino 110 es de aquí. Pilatos se llena de admiración al oir hablar al Naza– reno, y pregunta todo extrañado: - ¿Luego tú eres rey? -Tú dices que soy rey~ responde Jesús con entere- za -. Yo para esto he venido al mundo, para dar testi– monio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz. - ¿Qué es la verdad? - interroga aquel hombre su– mergido en el abismo de la duda. Pero la serena majestad del Nazareno, la santidad de su vida reflejada en su rostro, le deja convencido de su inocencia. Por o~ra parte, no ve en El ninguna traza de rey. Cierto que se nota en su Persona cierto aire de realeza; pero ni tiene soldados ni hay en El ningún in– dicio de lo que le achacan los judíos. De nuevo sale al bal– cón y dice a la turba en la plaza congregada: - Yo no hallo en El delito alguno. Un murmullo de voces llega o oídos de Pilatos. in– sisten en que viene amotinando al pueblo, comenzando desde Galilea. Pilatos oyendo esto, quiere desentenderse de El y lo envía a Herodes, tetrarca de Galilea, que se ha– llaba en Jerusalén, en aquellos dias. Herodes se limitó a hacerle algunas preguntas curio– sas y burlarse de El vistiéndole con una blanca túnica de escarnio. En seguida le remitió de nuevo a Pilatos. Este otra vez proclama su inocencia, apoyándose en la autori– dad de Herodes. Pe{o El no quiere malquistarse con los judíos. Por eso les anuncia que ha de castigarle, y después le dejará li- 224

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