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II. - En manos de sus enemigos Era la mañana de la víspera de la Pascua. Corría una brisa fresca que convidaba a los habitantes de Jerusalén a permanecer en sus casas buscando el calor de los brase– ros. No obstante, numerosas personas se veían en corri– llos por calles y plazas. Se oían cuchicheos, risas y comen– tarios de lo que acababa de suceder. En medio de la agita– ción y el ruido del ir y venir de los transeúntes, se podían percibir estas preguntas: - lEs cierto que han cogido al Naza,reno? - lDónde se encuentra? - lVa a ser juzgado por el Sanedrín? - lPor fin, habrán de matarle? - lEn esto ha de parar toda su vida de prodigios? Era verdad. Jesús, como un reo vulgar, habia sido car– gado de cordeles y conducido a las autoridades del pueblo israelita. Primero fue presentado a Anás. Este viejo astuto, con sonrisa irónica, le preguntó por sus discípulos y su doctri– na. Tras esto lo despidió. Le llevaron luego a casa de Caifás, que entonces era Sumo Sacerdote. Este le trató de blasfemo. Allí recibió Jesús numerosos insultos. Le escu– pieron en el rostro y le dieron de puñadas. En aquella 222
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