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de amigo le tendió los brazos y estampó en su rostro un beso, diciendo: - iSalve, Maestro! Jesús sintió en su corazón aquel beso traidor como brasa de infierno; pero sin inmutarse, como una madre que corp-ge amorosamente a su hijo, le dice con ternura: Amigo, ¿a qué has venido? ... Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? Consumada la maldad de Judas con aquel beso traidor! sus secuaces se adelantan para echar mano a Jesús; pero el Nazareno, antes de entregarse en sus manos, quiere hacerles ve~· su divino poder. Con imponente serenidad. con gesto ct'e rey. se vuelve a ellos para preguntarles: ·· ¿A quién buscáis? A Jesús Nazareno - le responden. •-· Yo soy. Al oir esta frase, como. heridos por un rayo, caen al suelo. De nuevo se repite la wegunta y la caída de los sol– dados. Mas Jesús aunque permite que le echen mano, sale en defensa de sus amigos diciéndoles: -- Si me buscáis a mí, dejad ir a éstos. Ya está preso el Nazareno por aquellos malvados. En vano Pedro se propone defender al Maestro; toma una espada e hiere a un siervo del Pontífice. Jesús le reprende y se dispone a salir del Huerto en manos de sus enemigos. a los cuales les advierte: ·· - Como a un ladrón habéis salido con espadas y g:1- rrotes a prenderme. Todos los días estaba yo en medio dt> vosotr-0s enseñando en el Templo, y no me prendisteis. Pero ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. Una nube negra cruzó entonces por el cielo. La luna se oscureció. Jesús salia del Huerto de Getsemaní maniatado con sogi?.s y cordeles. Los discípulos huyeron como las ovej E:; a las que se les arrebata el pastor. 220
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