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zón, salió por los poros de su cuerpo y cayó en el suelo formando coágulos purpúreos. Pero el Padre no le abandona. Le envía un ángel en fopna visible para confortarle. Con este confortamiento, sabiendo Jesús que era voluntad del Padre aceptar aquel cáliz de horrible dolor, lo apura hasta las heces. No quiere dejar una gota sin beber. Apurado el cáliz, se siente fo,rtalecido. En su corazón renace la calma. Se levanta resuelto y animoso, como el guerrero que entra impávido en el campo de batalla, por– que sabe que es segura la victoria. Y tranquilo, sereno, va por tercera vez adonde están los discípulos para de– cifles: -- Dormid y descansad. Basta. Ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores. Levantaos; vamos, se acerca el que me ha de entregar. Era verdad. El discípulo traidor llegaba a perpetrar su crimen. Salido del Cenáculo se presentó ante el Sumo Pontífice para tramar el prendimiento del Maestro. Tomó las debidas precauciones. Exigió fuerza armada y se le confió un pelotón de soldados que fueron al Huerto a sus órdenes. Judas sabia muy bien el lugar en que Jesús solía reti– rarse para hacer oración. Pronto se presentó en Getse– mani al frente de aquella chusma ªflll-ªªª con espadas y garrotes. Aunque era una noche clara de luna, iban pro– vistos de antorchas y linternas para alumbrar los rincones oscuros de la arboleda. Como aquellos esbifros no conocían a Jesús, para evi– tar confusiones, Judas les había dado un signo con el cual pudiesen conocerlo pronto y echarle mano. Así les había dicho: -- A quien yo besare, ése es; cogedle y couducidle con cautela. Judas entró en el Huerto al frente de aquella turba desalmada. Se adelantó hacia Jesús, y aparentando afecto 219
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