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- Padre mío, si es posible, pase de mí e,.ste cáliz; sin embargo no se haga como yo quiero, sino como quieres tú. El eco de las palabras de Jesús se perdió en el silencio nocturno. Tan sólo se percibía el susurro de los árboles agitados por la bpsa y a lo lejos el rumor del agua del torrente. Los tres discípulos, cargados de sueño, en la tibia noche, se habían acomodado en un lugar guarecido de los soplos del viento y se hallaban dormidos. Jesús se levanta un momento. Se acerca a ellos, y al verlos dormidos, dirige a Pedro este amoroso reproche: - Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora conmigo? Tras el reproche a Pedro viene la advertencia para todos, la que contiene una magnífica doctrina, digna de tenerse en cuenta en la hora del peligro: - Velad y orad, para que no caigáis en la tentación: el espíritu está pronto mas la carne es flaca. Los discípulos, al hablar Jesús, apenas abrieron sus ojos. Adormilados, escucharon sus palabras, y sin hacer caso, siguieron entregados al sueño. Jesús vuelve de nuevo a su oración. Repite la misma súplica que de idéntica manera resuena entre los árboles: - Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. Por segunda vez se levanta, llega adonde están los discípulos, los que continuaban durmiendo. Sus pá,rpados cargados de sueño no podían abrirse. Jesús los dejó dormir y por tercera vez repite su ple– garia. El momento era terrible. Ya no e.ra una ola de triste– za lo que invadia su alma. Un mar inmenso le anegaba por completo. Era el colmo de los dolores, el cáliz más amargo que se ha apurado en el mundo. Por ello entra en agonía. Una agonía profundisima. espantosa, tan oprimente, que su sangre como para de– fenderle del peligro que le amenazaba, brotó de su cora- 218
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