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I. - La hora dP las tinieblas Mediaba la noche. Una noche vernal, plácida, tran– quila, precursora de misterios y tragedias. Jesús había salido del Cenáculo. Atravesó las calles de Jerusalén, pasó el torrente Cedrón y entró en el Huerto de los Olivos lla– mado Getsemaní. Los discípulos le seguían preocupados, recelosos. Al llegar al Huerto, despidió a ocho de ellos y entró allí con Pedro, Santiago y Juan. Al en~rar una ola de angustia inundaba el alma del Maestro y dejó escapar esta frase de insondable dolor: - Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo. Acabada esta frase, se apartó de ellos a la distancia de un tiro de piedra, es decir, unos cuarenta o cincuenta ps.sos y se internó entre los árboles para desahogar libre– mente su corazón entrando en comunicación con el Padre. Con ademán que daba bien a entender la profunda cons– ternación de su espíritu, hincó sus rodillas en el suelo. inclinó su rostro hasta dar en la tierra y comenzó su plegaria. La luna en su plenilunio, vertiendo sobre él sus pla– teados rayos permitía ver su semblante nublado por inde– finible tristeza. Sus labios se abrieron en un rictus inex– plicable de abatimiento, y su voz cargada ele amargura. resonó como un quejido por toda la floresta: 217

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