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el menor, y el que manda como el que sirve... Miradme eiitre vosotros como un sirviente. Tras esta amorosa reprensión, se levanta, se despoja de su manto, se ciñe la cintura con una toalla, toma el ánfora que hay alli para las purificaciones legales, vierte el agua en la vacía y a la lección de humildad que acaba de darles con sus palab,ras, añade la práctica con su ejem– plo. De rodillas ante ellos comienza a lavarles los pies como si fuera un esclavo. Los discípulos se hallan conmovidos, desconcertados. No saben qué pensar ni qué hacer. Llega el turno a Pedro. Ya está el Maestro postrado ante él. El discípulo se con– funde, se anonada. iEl Maestro arrodillado ante él! Esto no puede ser, y así le replica: - Señor, ¿Tú lavarme a mí los pies? Jesús contesta con serenidad: - Lo que yo hago, tú ahora no lo sabes; lo sabrás después. Pedro se incorpora y hace el gesto de querer apar– tarse, diciendo: - Jamás me lavarás tú a mí los pies. Pero Jesús le amenaza con su definitivo apa;rtamien– to, si no accede a los deseos del Maestro: - Si no te los lavare, no tendrás parte conmigo. Pedro, rendido al amor del Maestro, no queriendo por nada del mundo separarse de El, exclama: - Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. - El que está lavado - le replica Jesús - no necesi– ta sino lavarse los pies, porque está limpio, y vosotros limpios estáis, pero no todos. Al decir esto, una nube de tristeza cubrió el rostro de Jesús, mientras dirigía una mi¡ada a Judas como queriendo detenerle en el camino del crimen. Lavados los pies de los discípulos, se puso el manto y se sentó continuando su lección de humildad diciendo: 211
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