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sus discípulos. Llegaron a la Ciudad Santa cuando la luz del crepúsculo agonizaba y en el cielo aparecían los pri– meros luceros. Por las calles se notaba un hervidero de gente. A lo lejos se oía el balal de los corderos. Entran en el Cenáculo. Se acomodan en los divanes que se hallan en torno de la mesa. Jesús ocupa el puesto de honor que corresponde al padre de familia o al señor de la casa. A sus lados se han colocado Juan, Pedro, Ju– das y los demás. Las lámparas encendidas iluminan sua– vemente la estancia y los rostros de los comensales, que reflejan distintas expresiones. Los rostros de los discípu– los dejan asomar el asombro, el respeto, la admiración y algún tanto de timidez. El rostro de Jesús se contrae con suavidad mostrando una sombra de dulce melancolía; pe– ro más que todo irradia gozo, amor, ternura. Todo El apa– rece atrayente, majestuoso, encantador. Sus labios se ::\:~:~:º r:~:! 1 :d~a !~ts~ª~~r!~~~l:~ s~~;;:~::: e~t~~ palabras: - Ardientemente he deseado comer esta Pascua. con vosotros antes de padecer, porque os digo que no la co– meré más hasta que sea cumplida en el reino de Dios. Terminada la frase, viene la libación de la primera copa ritual. Jesús la toma en sus manos, da gracias, prue– ba el vino y la distribuye entre todos, añadiendo con cier– to deje de indecible melancolía: - Os digo que desde ahora no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios. La cena prosiguió en una dulce intimidad. El Corazón de Jesús parecía volcarse todo en sus miradas, en sus gestos, en sus frases. El corazón de los discípulos seguía abrigando mezquinas ambiciones. Disputaban sobre quié– nes habían de ocupar los primeros puestos. Jesús los re– prendió dulcemente haciéndoles ver que entre ellos no había de suceder como entre los grandes de la tierra. •-- El mayor entre vosotros - les dijo - será como 210
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