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LOS MISTERIOS DEL CENACULO Ya Pedro y Juan por encargo del Maestro habían bus– cado lugar a propósito para celebrar la cena del Corde– ro Pascual. Era aquél una sala situada en un piso supe– rior, espaciosa, recogida, cuadrilátera, de muros blan– queados. Se había adornado para la fiesta con colgaduras, candelabros de plata, flores y todo lo demás que aquella cena requería. En el centro de la sala estaba la mesa rec– tangular cubierta con blanco mantel con franjas rojas cu– yas puntas rozaban casi el suelo de mosaico. Tenía un lado libre para paso del servicio, mientras que los otros tres se hallaban rodeados de asientos cubiertos con cojines seme– jantes a lechos, donde habían de recostarse los comen– sales según la costumbre oriental. Sobre la mesa se veían los platos, las copas y los panes ácimos. A un lado des– tacaba un ánfora de plata con una vacía del mismo metal para las abluciones. Se tenían preparadas también las 10- chugas silvestres, las salsas, los higos, los dátiles, las uvas secas y obre todo el cordero asado en parrillas cerradas. Era el atardecer. Jesús se despidió de sus amigos de Betania y partió con los doce a Jerusalén, de donde no había de regresar. Por el camino se mostró amoroso, con– fidencial. Parecía que las últimas luces de la tarde en– sanchaban su corazón y le convidaban a la intimidad con 209 14. Jesús de Nazaret

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