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Tras esto anuncia guerras, terremotos, hambres, per– secuciones. en las que ellos serán azotados y comparecerán ante los gobernadores y los reyes para dar testimonio del Maestro. No obstante el Evangelio será predicado por to– do el mundo y el qu~ persevnare hasta el fin será salvo. Jesús hizo una pausa. Con voz henchida de misterio, pronuncia la profecía de la catástrofe que había de venir sobre Jerusalén y su Templo, siguiendo su discurso con estas palabras: - Cuando viéreis Ia abominación de la desolación :pre– dicha por el Profeta en el lugar santo, entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. Prosigue el Maestro, dando a sus discípulos a conocer, con caracteres sombríos, el terrible estrago que unos años más tarde vino sobr,, aquella ciudad ingrata a los beneficios de Dios. En ella el hambre había de ser tan inaudita que las madres llega– rían a degollar a sus propios hijos para comerlos. Entre el hambre, la peste y el filo de la espada habrían de pe– recer un millón y cien mil hombres. Los que quedaron con vida fueron llevados a países extranjeros. La ciudad y su Templo quedaron arrasados. Era el cumplimiento de las palabras de Jesús que resonaba en el aire de la tarde: - Caerán al filo de la espada y serán llevados cautivos entre las naciones, y Jerusalén será hollada por los gen– tiles, hasta que se cumpla el tiempo de las naciones. Pero la mirada de Jesús se tendía más allá de Jeru– salén. Oteaba con ella los mundos y los siglos y por eso tiene anuncios de otras ruinas y desolaciones, aún más espantosas. Según sus palabras tiene que venir sobre la tier;ra entera una gran catástrofe: - Habrá -- afirma el Maestro a sus discípulos se- ñales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por los bra– midos del mar y la agitación de sus olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia que viene sobre la tierra, pues las columnas del cielo se conmoverán. 206

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