BCCCAP00000000000000000000501

orden transmitida por Quirino. Siendo descendientes de David, tenian que empadronarse en Belén. Llegan al Khan, hospedería amplia con patios y co– rredores, donde una confusa mezcolanza de hombres, mu– jeres y animales forman un gran bullicio. Piden albergue. Imposible obtenerlo por la abundancia de forasteros. La noche se echa encima con sus negras sombras y sus fríos invernales. Maria, estando encinta, se da cuenta de que se acerca su hora y hay que buscar un lugar donde gua– recerse. Prefiere un sitio alejado de la gente, silencioso, para entregarse a la oración. Su alumbramiento debe realizarse en un rapto de amor. Van a las afueras de Belén. Entran en una cueva de las muchas que hay abiertas en las rocas calcáreas de los contornos, guarida de· pobres y pastores. La cueva es grande, aunque está ennegrecida por el humo. Unos pas– tores han hecho de ella un establo para guardar su gana– do. En el suelo, a manera de pila de piedra, hay un pese– bre con paja y heno. La temperatura se mantiene tem– plada, por estar la cueva resguardada del viento y el tibio calor de unos animales allí guarecidos. Por la aber– tura penetra suavemente la luz de las estrellas. Maria inspecciona la cueva. Piensa que no es un pala– cio, como debiera ser el lugar donde hab1ía de nacer el Rey del cielo que abrigaba en su seno. Aquello no es más que un mísero albergue de vagabundos; pero, al me– nos, puede allí gozar de la quietud apetecida para entre– garse a la divina contemplación. Recogida en la gruta, como paloma en su nido, cono– ció que era llegado el feliz momento esperado en los si– glos. En su alma oía una voz del cielo que le decía: - iLlegada es la hora! Siguiendo un impulso interior, ansiando mayor reco– gimiento, se retiró a un rincón de la cueva y entregó su espíritu a la oración más fervorosa y más grata a Dios que el canto de toda la corte celestial. 17 2. -- Jesús de Nazaret

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz