BCCCAP00000000000000000000501

¿veis estas graneles construcciones? No quedará aquí piedra sobre piedra. Calló Jesús. sus palabras se deslizaron por el alma de los apóstoles como corriente de aire helado que los hacía temblar. Graves y taciturnos, pasaron el Cedrón y comen– zaron la subida del Monte de los Olivos. Desde la ladera seguían contemplando el Templo que aún brillaba a los postreros rayos del sol poniente. Al llegar a la cima del monte, Jesús se sentó dirigien– do sus miradas a la ciudad, donde presto habrían de rea~ !izarse los más sublimes misterios. Estaba solo, pensativo, preocupado. La agonía de la tarde primaveral no era más que un triste presagio de la la suya. Los apóstoles iban a su encuentro comentando entre sí las afirmaciones que el Maestro les había hecho a la salida del Templo. No sabían cómo ní cuándo habían de tener su triste realidad; pero estaban convencidos de que lo anunciado po,r Jesús tenía que suceder. Pedro, Andrés, Santiago y Juan se le acercan tímida– mente. Quíeren gozar de su intimidad, penetrar en los se– cretos del anuncio, y hablándole como al oído, le dicen: - Dinos cuándo será esto, y cuál será la señal de que esto va a cumplirse. En esto llegan los otros discípulos. Hay silencio, ex– pectación, encogimiento. Jesús abre sus labios y les hace una de las manifestaciones más grandes del Evangelio. Les dirige un discurso en el cual se oyen gritos de gen– tes, rugidos del mar, estampidos de truenos, y sonidos de trompetas. Les anuncia dos catástrofes que han de venír sobre la humanidad. Primero habla del destino de su Iglesia, describiendo a grandes rasgos las tribulaciones que en todo tiempo han de venir sobre ella. Empieza diciendo: - Mirad que nadie os induzca a error. Muchos ven– drán en mi nombre, diciendo: «Yo soy», y extraviarán a muchos. 205

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz