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LA ABOMINACION DE LA DESOLACION Era el último día del ministerio público de Jesús. Se acercaba la hora trágica de las tinieblas. Había enseñado en el Templo a las turbas su divina doctrina, y había dis– putado con los escribas y fariseos a los que había confun– dido con admirables intervenciones. La tarde primaveral se avecinaba al ocaso y era hora de dejar ~l Templo. Ter– minadas las oraciones litúrgicas, la gente devota cruzaba los patios en busca de salida. Jesús también salía del Templo con sus discípulos. La luz crepuscular, bañando suavemente todo el edificio, reflejaba en él tonos grises, violeta y oro. Los apóstoles admiraban más que nunca los esplendores de la casa del señor. Contemplaban los peris– tilos, los mosaicos, las esculturas, las puertas recubiertas de metales preciosos, los blancos mármoles de las terra– zas, el santuario resplandeciente de oro. Todo el conjun– to los embelesaba y dejaba suspensos sus ánimos. La her– mosura del Templo del Señor no podía menos de llenarlos de alegpa y entusiasmo. Habiendo salido ya de las puertas. se vuelven de nue– vo a contemplarlo, y uno de ellos deteniendo suavemente a Jesús con la mano, le dice: iMaestro, mira qué piedras y qué estructura! Pero los labios de Jesús se abrieron para pronunciar estas terribles palabras de amenaza inesperada: 204

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