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- iJesús Hijo ele David, ten compasión ele nosotros! Jesús, tendiendo a ellos sus amorosas y bienhechoras 111anos, los curaba. En el Templo se habían reunido centenares de niños. Con voces como de ángeles bajados del cielo, repetían una y otra vez las aclamaciones al que era su Rey, su Ami– go, su Protector. Aquella multitud de voces angelicales rompían el aire cristalino de la mañana gritando: - iHosanna al Hijo de Uavid! De nuevo los recelosos fariseos y los príncipes de los sacerdotes, se acercan al Na~areno para manifestarle su enojo, diciéndole: - ¿No oyes lo que dicen éstos? Jesús, sin inmutarse. sereno como lago en calma. les contesta: Sí. ¿No habéis leído jamás que «de la boca de los niños y de los que maman has hecho brotar la alabanza»? Y aquellos hombres, roídos de envidia, albergando en sus corazones el veneno del odio, no pudiendo impedir elt triunfo del Nazareno, le volvieron índignados la espalda, y mientras se alejaban de El, se decían despechados uno:; a otros: - Ya veis que no podemos nacla. iTodo el mundo se va tras El! El día fue transcurriendo entre la agitación y el entu– siasmo del pueblo. Al fin, los gritos de júbilo se fueron desvaneciendo. El crepúsculo iba avanzando. Se avecina– ba la noche. Jesús se sentía fatigado por agotadoras emociones. Deseaba descanso, intimidad. Acompañado de los doce, sa– lió por la puerta oriental de la ciudad camino de Betania. Anochecía. El firmamento se iba enjoyando de luce– ros. 203
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