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rres. los palacios, la muralla, las azoteas, y sobre todo d1 Templo del Señor, recortándose en el azul purísimo del cielo, ofrecían sin igual encanto. Jesús miró la ciudad con 8mor y con ternura; pero con la mirada aquella su rostro se contrajo, mostrando un rictus de amargura. Hon– dos recuerdos y aciagos sentimientos se agolparon en su mente y traspasaron de dolor su corazón. Y afectado por esta tristeza íntima, en medio de su triunfo, prorrumpió en sollozos; dos regueros de lágrimas surcaron sus mejillas. ¡ mientras decía con los ojos fijos en aquella ciudad in-- grata: -- i Ah, si, al menos en este día, conocieras lo que hace a la paz tuya! Pero ahora c•stá oculto a tus ojos. Porque días vendrán sobre ti, y te rodearán de trincheras tus enemigos, y te cercarán, y te estrecharán por todas partes, y te abatirán al suelo a ti y los hijos que tienes dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por no haber conocido el tiempo ele tu visitación. Calló Jesús. Sus mejillas estaban humedecidas por sus lágrimas; pero la tu,rba seguía entusiasmada aclamándo– le por su Rey. Al pasar por la puerta de la ciudad se au– mentó la gritería. Jesús entraba allí con serena majestad montado en aquella humilde cabalgadura. En todo El se notaba un aire de realeza. En su continente se reflejaban cuantos atractivos son capaces de subyugar los corazones. Muchos judíos, residentes en el extranjero que habían acudido a Jerusalén para celebrar la Pascua, al ver aquel hombre aclamado por el pueblo, triunfador de la mul– titud, con gesto de rey, preguntaban: - ¿Quién es éste? La lespuesta surgía espontánea, rebosante de gozo: -- Este es Jesús, Profeta de Nazaret de Galilea. Jesús recorría las calles, triunfante, majestuoso, sub– yugador. A su encuentro llegaban los desgraciados pidien– do remedio a su desgracia. Al acercarse Jesús al Templo los ciegos y los paralíticos repetían: 202

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